miércoles, 8 de diciembre de 2010

La Fenomenología del Miedo y los Resortes de su Arquitectura



















Lego. Concentratiom Camp. Zbigniew Libera. 1993.

"Podéis quitármelo todo, menos este horrible miedo que tengo".
Pedro Muñoz Seca

El miedo, de entre todos los sentimientos que el hombre conoce, es posiblemente uno de los más polisémicos y, sin duda, uno de los más antiguos. Miedo, horror, pavor, temor, espanto… analizado semiológica y conceptualmente.

Ese territorio perturbado y confuso que es el corazón del individuo asustado se encuentra a la deriva horrorizado en un mar revuelto que le impide recuperar la lógica del pensamiento, porque casi cualquier miedo se puede dominar a través del pensamiento, del conocimiento, porque sólo así se puede, a través de la inteligencia humana, pasar del miedo a la incertidumbre, a la resignación ante la fatalidad.

Hay dos fuentes básicas de donde bebemos con ansiedad el terror: la del misterio y la de la maldad humana. Al beber de la primera somos transportados a un mundo de blancas damas muertas, vampiros, demonios, monstruos construidos por el hombre, criaturas procedentes de una naturaleza pervertida, muertos que regresan de sus tumbas, extraños seres a caballo entre nuestro mundo y otro mundo desconocido, en definitiva, lo que surge del reino de la muerte y de las sombras. La otra fuente de nuestros horrores mana directamente de nuestro propio corazón; guerras, campos de exterminio, terrorismo, control del poder, vigilancia abusiva; la hiper vigilancia, esa nueva versión del miedo como protección. Un terror menos literario, menos sugerente y mas terriblemente cotidiano.

En la sociedad de nuestro tiempo, donde nada permanece, solo se mantiene inalterable la certeza de la muerte. Para la élite global, atizar los miedos de la población se convierte en un buen negocio, además de un modo de control que permite desviar la atención de las verdaderas causas que provocan la angustia humana. Arquetipos del miedo que de un modo u otro se repiten una y otra vez. En los colegios estadounidenses (tras el suceso acontecido en Columbine) los adolescentes aprenden, de la misma manera que sus padres aprendieron en su día a esconderse bajo sus pupitres en caso de un ataque nuclear, a tumbarse en el suelo a una señal de sus profesores en caso de producirse un tiroteo. Cientos de hombres son movilizados antes de que se percaten de que no hay en verdad ningún odio, ninguna ambición, ningún móvil más allá de oscuros intereses económicos y la obsesión por mantener una jerarquía de clases. Tras el atentado del 11-S el metro de Nueva York fue empapelado de arriba a abajo con carteles que decían If you see something, say something (si ves algo, di algo), todo un eslogan del pánico.

La globalización únicamente ha sido expandida, por el momento, en sus aspectos más negativos. La sociedad del mundo desarrollado se ha instalado en un estado de ansiedad que aspira a una plena seguridad inalcanzable en la práctica.

En estas ultimas décadas, y particularmente en esta que ha marcado el inicio del siglo XXI, han surgido nuevas formas de entender el mundo, y también nuevas fuentes de temor. La individualidad se manifiesta como uno de los aspectos definitorios de nuestra época. Los cambios económicos y las transformaciones culturales que atravesamos nos introducen en una situación de constante desconfianza y miedo, miedo a lo extranjero, sinónimo aquí de raro, desconocido y peligroso.

Históricamente cada sociedad, cada pueblo, ha erigido unos límites físicos bien precisos mediante fosos, empalizadas, muros… los cuales tenían y tienen la misma función, preservar lo propio de las contaminaciones externas. Del mismo modo, en una época como la actual, donde hay una circulación casi ilimitada de mercancías, dinero e ideas, asistimos a un reforzamiento de muros, a una incrementación de límites, fronteras, en muy diferentes zonas geográfica. Segregaciones que alteran nuevamente tanto el paisaje como el paisanaje, alrededor de cualquier ciudad, rodeando cualquier edificio, en torno a cualquier persona; y todo ello debido a una imbuida sensación de inseguridad frente al caos que, se supone, procede del exterior, y puede acabar con nuestra identidad.

Hoy en día las empalizadas y los fosos han sido sustituidos por vallas de metal, barreras, cámaras de vigilancia, guardias de seguridad, perros adiestrados o setos floreados imposibles de salvar. De este modo se potencian las capacidades de las estructuras espaciales de aislar, excluir, rechazar, ofrecer resistencia, absorber; por ello, se pasa de la plaza de abastos tradicional al centro comercial, del barrio abierto a la urbanización privada. La aparición de urbanizaciones pone de manifiesto la voluntad de establecer zonas protegidas, espacios de privilegio, dentro de la trama urbana, más si cabe cuando la multiculturalidad ha modificado definitivamente la fisonomía de la población y ha activado las alarmas frente al vecino, identificado ahora como extranjero.

Todos somos concursantes de un Gran Hermano en el que cualquiera puede ser expulsado. Miles de cámaras velan por nuestra seguridad. En cualquier momento podemos estar siendo observados, vigilados por el hombre de la multitud, que sigue nuestros pasos mientras nos desplazamos por populosas calles flanqueadas por edificios cuya monumentalidad, escala y volumen nos sobrecoge, del mismo modo que lo hacían las catedrales en plena Edad Media al pueblo llano, donde las gárgolas de antaño han sido desplazadas por las cámaras de vigilancia.

La obsesión por la seguridad nos está llevando a evitar cualquier relación con el entorno más próximo, parece que cada vez estamos más necesitados de encontrar un refugio, de estar al lado de aquellos que conocemos bien y pensamos que no nos harán ningún daño; olvidando que la ventaja de vivir en una ciudad es ser partícipes de ese anonimato que nos confiere para relacionarnos con los demás al margen de cualquier prejuicio. Las ciudades son lugares privilegiados de conocimiento, relación y convivencia con los desconocidos.

Sin embargo, en una sociedad tan jerarquizada como la nuestra, se considera casi imprescindible que las condiciones sociales sean constantemente restablecidas. Las personas se defienden y atacan, necesitan protección y buscan agredir, desean excluir pero no quieren ser excluidas, todo el mundo lucha por mantener su status quo.

La vida urbana en una ciudad contemporánea ha de verse como un espacio donde convergen diferentes realidades, sin poder estar este subordinado a un idílico deseo de consenso de dichas realidades, donde se debe contemplar la diferencia como un aspecto fundamental de la existencia de dicho espacio, foro de experiencias ricas y plurales donde el miedo represente poco más que un modo de entretenimiento.

Los ciudadanos pueden dormir tranquilos. Robocop patrulla las calles. Pero nadie podrá evitar que sigan sintiendo miedo, aunque sólo sea en sus pesadillas.

BIBLIOGRAFÍA:
La Ciudad Cautiva, Jose Miguel G. Cortes, Ed. Akal, Madrid, 2010.
Control Urbano: La Ecología del Miedo, Mike Davis, Ed. Virus, Barcelona, 2001.

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